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Sociedad | El lugar del diseño industrial en las artes visuales

Por Federico Del Giorgio Solfa*

En un presente en el que los objetos cotidianos cargan tanto sentido como las obras de artes, la pregunta por la frontera entre el diseño y las artes se vuelve, al menos, imprecisa. Si alguna vez existió una línea nítida entre funcionalidad y expresión, entre utilidad y contemplación, hoy esa distinción está siendo desbordada por una cultura visual y material que exige nuevas lecturas. El diseño industrial, en particular, ha dejado de ser visto exclusivamente como práctica proyectual al servicio de la producción para convertirse en uno de los lenguajes culturales más significativos de nuestro tiempo.

Esa transformación no es solo conceptual. Tiene manifestaciones concretas en museos, bienales, colecciones patrimoniales, ferias internacionales y proyectos curatoriales donde el diseño comparte espacio con otras disciplinas artísticas. Desde el MoMA de Nueva York hasta el Pompidou en París, pasando por espacios latinoamericanos como el MALBA o el Museo Nacional de Artes Visuales en Montevideo, el diseño industrial ha sido curado, exhibido y conservado como parte activa de la historia de las artes contemporáneas.

Argentina no ha estado ajena a este proceso. Sin embargo, aún persisten barreras simbólicas e institucionales que dificultan su plena integración en el sistema de las artes visuales. En este marco, resulta fundamental recuperar la figura de Ricardo Blanco, referente insoslayable del diseño argentino, quien protagonizó un gesto tan singular como fundacional: su ingreso como Académico de Número a la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA). Fue el primer representante del diseño industrial en ocupar ese lugar, de formación arquitecto y de profesión y docencia diseñador. Su trayectoria como diseñador, docente, investigador y teórico no solo abrió camino para el reconocimiento del diseño industrial en los ámbitos más tradicionales de las artes, sino que también consolidó un pensamiento que lo vinculó a la cultura, al territorio y a la identidad. En particular, su mirada se orientó con fuerza hacia un diseño cada vez más conceptual, que superara la resolución formal o funcional para interrogar sentidos, valores y contextos.

Durante décadas, el diseño ha sido objeto de un debate clásico pero aún vigente: ¿es arte o es ciencia? Esta disyuntiva, que muchas veces ha buscado encasillar al diseño dentro de lógicas disciplinares cerradas, ha sido superada en la práctica por enfoques integradores que lo entienden como un campo de pensamiento proyectual, con capacidad de articular sensibilidad estética, metodología analítica y compromiso cultural. Ricardo Blanco, en este sentido, supo encarnar esa visión ampliada.

Tuve el privilegio de compartir varias sesiones de evaluación en la CONEAU junto a Ricardo Blanco. Recuerdo su claridad analítica, su defensa del pensamiento proyectual como forma de conocimiento, y su permanente vocación por ubicar al diseño en un lugar de profundidad cultural, sin perder su anclaje en la realidad productiva. Su participación en la ANBA fue una señal poderosa y alentadora para quienes, desde el campo del diseño industrial, nos habíamos sentido históricamente relegados o ajenos al sistema de legitimación de las artes. Representó una apertura concreta y simbólica hacia una comprensión más inclusiva y contemporánea de lo artístico.

El diseño industrial, como disciplina, nació a la par de las vanguardias modernas. Su historia está imbricada con los movimientos artísticos que buscaron integrar artes y vida, forma y función. No es casual que instituciones como la Bauhaus o la Hochschule für Gestaltung de Ulm hayan puesto al diseño en el centro de sus programas, combinando pensamiento estético, compromiso social y rigurosidad técnica. En ese linaje, el diseño no solo produce objetos: produce sentido, lenguaje, identidad.

Hoy, más que nunca, ese potencial debe ser comprendido como parte del universo de las artes visuales. Diseñadores industriales participan de bienales, integran colecciones museográficas, son objeto de estudios críticos y generan obra tan cargada de densidad cultural como cualquier instalación, pintura o escultura. La distinción entre “bellas artes” y “artes aplicadas” se vuelve insostenible ante la evidencia de una práctica que interpela, narra y transforma.

En nuestro país, la consolidación del diseño como campo profesional ha sido notable en las últimas décadas: proliferación de carreras universitarias, reconocimiento internacional de autores locales, participación en ferias y bienales, publicación de libros teóricos y presencia en circuitos editoriales, curatoriales y académicos. Sin embargo, su inclusión sistemática en los espacios de legitimación artística institucional aún enfrenta cierta reticencia. Allí donde debería haber continuidad y diálogo, persiste una línea de separación que no se condice con la realidad cultural contemporánea.

Es tiempo de revisar esas lógicas y actualizar las miradas. La Academia Nacional de Bellas Artes, como espacio de pensamiento, memoria y proyección cultural, tiene un papel clave en ese proceso. La incorporación del diseño industrial en sus debates, publicaciones y representaciones institucionales no solo honraría la huella de Ricardo Blanco, sino que permitiría avanzar en una agenda plural e integradora.

Porque el diseño industrial no es solo una herramienta para producir bienes: es una forma de mirar el mundo, de intervenir en lo real, de imaginar futuros posibles. Y como tal, merece estar donde se piensan, se valoran y se construyen los lenguajes de las artes.

La relación entre diseño y artes ya no evidencia fronteras. Su entrelazamiento se vuelve cada vez más visible en los discursos, las instituciones y las prácticas que configuran el campo cultural contemporáneo. Mientras las artes expanden sus márgenes hacia lo social, lo material y lo cotidiano, el diseño industrial aporta sensibilidad, pensamiento proyectual y capacidad de transformación concreta. Sus influencias se retroalimentan: si el arte pone en juego nuevas formas de percepción, el diseño las convierte en experiencias aplicadas que resignifican la vida diaria. Consolidar este vínculo requiere coraje institucional, sensibilidad crítica y visión cultural. Solo así podrá hacerse plenamente visible, fértil y duradero.

*Federico Del Giorgio Solfa es Diseñador Industrial, Doctor en Artes con orientación en Diseño y Profesor Titular Ordinario de la Universidad Nacional de La Plata, Investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires, Director de Proyectos de Investigación y Tesis de posgrado. Integra comités evaluadores de CONEAU, revistas científicas y redes de investigación en diseño y cultura visual.

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